En el marco de una crisis generalizada de las instituciones, tanto la escuela como la familia han dejado de funcionar como el soporte que garantizaba la legitimidad de los maestros. Librados a sus propios recursos, ellos deben ganarse día a día un lugar de respeto y reconocimiento. ¿Desde dónde hacerlo y con qué herramientas? ¿Cómo reconstruir la credibilidad imprescindible para el aprendizaje sin caer en las fórmulas del pasado?
Por Emilio Tenti Fanfani, profesor titular de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, investigador del CONICET y consultor del IIPE/UNESCO en su sede regional de América Latina.
Una de las instituciones que surgen en la modernidad, y caracteriza la idea de autoridad docente, es el Estado Nación donde la soberanía del pueblo encuentra su expresión. Es el hombre convertido en ciudadano quien ejerce sus derechos y obligaciones en y con la ciudad (expresión arquitectónica de la vida política).
Pero este Estado Nación no pudo por sí sólo institucionalizar al sujeto como ciudadano, necesitó de la familia y la escuela, conformando una tríada institucional que funcionó como garante simbólico de la vida social.
Desde esta genealogía de la autoridad del Estado, la Familia y la Escuela, proponernos su reconstrucción requerirá reconocer nuevas condiciones de relación social. No se trata del intento de recuperar la autoridad en el sentido moderno, sino de resignificar su valor en prácticas sociales, como garantía de políticas del cuidado, donde tanto el Estado, como la Familia y la Escuela sean actores primordiales de esa tarea.
La Escuela hoy es demandada para producir estos cambios y en ese acto, a la vez, reconocida como la institución donde esto es posible.
Hablar de autoridad es también hablar de lazos, de relaciones, de dos o más de dos y
de lo que entre ellos ocurre en el espacio de “vivir juntos”. Pensar a la autoridad en
una trama de encuentros, allí donde al menos dos entrelazan sus subjetividades en un tiempo y un espacio cultural, histórico, social en común.
El ejercicio de la autoridad supone una renuncia a la omnipotencia, a la totalidad, al control del otro, a capturar y cambiarlo según los propios deseos.
La función pedagógica tiene la responsabilidad de sostener el espacio para que circule la palabra, y los saberes entren en juego. La responsabilidad de la función pedagógica es habilitar el conocimiento, abrir la puerta a los otros, a los recién llegados, a los que se incluyen en el sistema educativo, a los que asisten a la escuela para educarse, y por lo tanto es función pedagógica enseñar.
El docente, desde sus diferentes roles, debe hacerse cargo de su ejercicio de autoridad para la concreción del acto educativo, y la escuela debe volverse un lugar autorizado, pero no “autoritario”, que no disuelva las asimetrías sino que las vuelva motor de trabajo y las ponga en diálogo con las otras formas de relación (igualdad, diferencia, autonomía) entre alumnos y maestros.


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