Didáctica para gourmets (Marta Glinka)
La gula fue propuesta como el primer pecado. Hay cinco vicios que la sostienen: comer antes de tiempo,
comer alimentos demasiado refinados, comer con avidez, comer en exceso y solicitar manjares demasiado refinados. Está claro que se trata de un problema de demasías, pero avidez no es gula, se puede cometer gula por error, por no medir con corrección cuánto alimento se necesita.
Pero, ¿qué es lo peligroso de la gula? Pues según Tomás, despierta lujuria, risa, burla, nos vuelve perezosos.
Al definir la gula como pecado se obliga a aceptar la escasez como norma; la falta de imaginación, su consecuencia inmediata, como hábito y la pobreza de ingredientes disponibles como límite infranqueable. Como operación educativa es imbatible: constriñe las ansias a fuerza de proveer malo y poco y resulta en seres tan acostumbrados a pasar hambre que ni siquiera lo notarán.
Fue un acto dietético el que abrió al humano el acceso al conocimiento. Tal vez por eso sobre el modelo del hambre se metaforiza la relación con el saber. “Devoré” el librito de Rigotti (2001:23), donde escribe: “… el lenguaje se sirve de expresiones como ganas de conocer, sed de saber, hambre de información…indigestión de datos, mascar algo de latín, digerir un concepto, usar palabras dulces, reproches amargos...". Nuestros alumnos hablan de tragar conocimientos, alguna vez hicimos que alguien se comiera sus palabras y hasta alguno vomitó su saber en un examen.
La boca es el lugar de encuentro entre saber y sabor. Animales “verbívoros”, las palabras nos alimentan, nos nutren, nos ayudan a crecer y también nos dejan en ayunas. En un plato se resumen tantos saberes como los incorpore el cocinero. Éste, no se apega a la receta agrega su inspiración, sus pizcas, sus apenas y modifica aquello que desde lo escrito se nos ofrece, nos invita a evocar tanto como a descubrir.
El buen anfitrión no desborda platos y copas, tampoco escatima, los presenta convenientemente llenos, de modo que cada invitado pueda ”meter la cuchara” y agregar salsa a su gusto.
La escuela y los modelos anoréxicos en figura y contenido que están instalados en nuestra cotidianeidad, participan de un mismo estilo burocrático, todo rápido y de pie, no importa mucho qué relleno contenga con tal que permita continuar.
La versión de educación que no “peca” aburre a fuerza de escasez. Hay que proponer volvernos golosos, exigir manjares y ofrecerlos. La pobreza simbólica, un único alimento disponible, no parece
contribuir a “motivar” a los futuros ciudadanos.
Como anfitriones de cultura somos responsables de aquello que ofrecemos en nuestra mesa: tal vez sea ya tiempo de inventar una didáctica para gourmets.

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